El instinto primitivo salió galopante y mientras sus labios se besaban con desenfreno como si no hubiera un mañana, las ganas de tocar, arañar, morder y hasta golpear iban creciendo según la intensidad del beso.
Le mordió el hombro y ella sintió una descarga eléctrica que le recorrió el cuerpo entero y pidió más, cada clavada de dientes sobre su piel hacía que se estremeciera, que jadeara y mostrara una sonrisa de placer enorme.
Golpeame, le dijo y con la firmeza de la mano de hombre, pero el sutil tacto de un buen amante toco su mejilla, ella le grito, más fuerte.
El empezó a apretar su cuello y ella sentía como le faltaba el aire, eso la hacía pedir más, se aferraba a su cuerpo sin soltarlo, mientras le cantaba la mejor sinfonía a punta de gemidos.
En la batalla por llegar al punto final sus cuerpos se estrujaron, se estremecieron y se relajaron, las miradas tan profundas e intensas entre ellos reflejaba el deseo de descubrir más, de continuar con ese pequeño masoquismo tan provocante en medio de la oscuridad.
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